
Una característica invariable de la predicación genuina ha sido la seguridad de que la proclamación del evangelio, es el medio divinamente ordenado para la convicción y conversión de pecadores.
Siempre que la predicación haya dejado de exigir una respuesta individual y siempre que los oyentes se quedan con la impresión de que no hay un mandato divino que exija arrepentimiento y fe, el cristianismo genuino se ha marchitado.