Aunque Charles Spurgeon sigue siendo recordado por ser el predicador más popular de la era victoriana, suele olvidarse que la influencia que ejerció en sus colegas ministros y estudiantes teológicos fue, posiblemente, un factor aún mayor en su vida que su propio ministerio personal. Que organizara una facultad, supervisara la formación de unos 845 estudiantes, presidiera una conferencia anual de ministros y considerara que todo esto constituía «la labor y el deleite de su vida», no son más que hechos poco conocidos en la actualidad.
Discursos a mis estudiantes, de Spurgeon, contiene la sustancia de los discursos que dirigía con regularidad, cada viernes por la tarde, a los estudiantes de la facultad. Esta nueva edición completa, sin resumir, de Banner de reciente composición, contiene todas las conferencias de la primera y segunda serie originales, incluidas: La autovigilancia del Ministro; La oración privada del predicador; Los desmayos del ministro; El Espíritu Santo en relación con nuestro ministerio; La necesidad de decidirse por la verdad; y Acerca de la conversión como meta nuestra. Asimismo, se incluye una tercera serie de conferencias, publicadas originalmente como The Art of Illustration [El arte de la ilustración] que se centra en la naturaleza, el uso y las fuentes de las ilustraciones y las anécdotas en la predicación.
"Mis discursos en la Escuela son coloquiales, familiares, llenos de anécdotas y, a menudo, jocosos; preparados así a propósito para adaptarse a la ocasión. Al final de la semana me reúno con los estudiantes y los encuentro cansados por causa de otros estudios más rigurosos, por lo que me parece mejor ser tan vivaz e interesante en mis conferencias como me sea posible. Se han hartado de estudios clásicos, matemáticas y teología, y solo están en condiciones de recibir algo que atraiga y mantenga su atención y que inflame sus corazones.
La solemne tarea en que se ocupan los ministros cristianos demanda el todo de un hombre, y ese es un todo en su más alto grado. Entregarse a ello con poco entusiasmo es insultar a Dios y al ser humano. El sueño debe abandonar nuestros párpados antes de permitir que los hombres perezcan. Y, sin embargo, todos somos dados al sueño como los demás, y los estudiantes también pueden actuar como las vírgenes insensatas; por tanto, he intentado hablar con el alma, tratando de no crear o fomentar el aburrimiento en otros. Quiera aquel en cuya mano están las iglesias y sus pastores bendecir estas palabras para los hermanos más jçovenes en el ministerio; si lo hace, me consideraré más que recompensado y alabaré con gratitud al Señor". Charles Haddon Spurgeon